La mirada se filtraba por el vidrio roto y el café, carente de azúcar, no calmaba la ansiedad. Debería dejarlo, debería caminar. Debería pensarlo un poco más. Nadie tenía la sutil respuesta.
Pecaminosa la mañana, se abría para aparentar.
Era libre, y no tenía alas, estaba amarrada a su pupitre. Amarrada a la realidad.
Aferrada al pasado, cual ave a su nido. Enlazada como un hilo en su bobina, estaba tiesa, pero su mente no dejaba de girar. Debería en unas horas, tenerlo en frente, poder mirarlo y decirle que aún no dejaba de sentirlo en sus noches vacías y que los sueños lo traían frecuentemente. Debería decirle que aún conservaba los buenos recuerdos, y que los malos se habían hecho polvo… pero seguía paralizada en su pupitre, con las manos transpiradas, con el miedo a fracasar…con el temor a encontrar aquellos ojos vacíos, o llenos de rencor… Su estómago estaba encogido y su corazón palpitando a mil por hora… Quieta, pero viva. Sintiendo, desde fondo del pecho, abriendo su alma, aferrada a su pasado… Libre, preparada para sentir amor contenido en un tumulto de años, reprimido, como un espejo, mudo. Los minutos pasan… ¿Cuánto tiempo perdimos?
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