Para hablar de mí, me faltas tú.

Eres mi sonrisa nº

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Ahora toca volar, que ya negociaremos otro día el aterrizaje.

¿Conoces esa sensación? ¿Conoces eso que te empuja por las mañanas de la cama como un resorte? ¿Conoces ese escalofrío que te recorre desde la punta de los cabellos hasta el último dedo de los pies? ¿Conoces ese torbellino que te descoloca hasta el último de tus más cuerdos pensamientos? ¿Qué irracionaliza hasta el más lógico de tus razonamientos? ¿Conoces esa química interna que te llega dios sabe de dónde y trastorna tu mundo al completo? ¿Conoces esa mirada que cuando te roza te eleva unos pocos centímetros sobre el suelo? ¿Te suena de algo el deseo irrefrenable de que llegue el día de encontrarte con él?
Cuando sientes que el resto del mundo apenas importa y que todo lo demás te sobra si está él cerca, entonces ya es tarde. Estás perdida.
Sólo queda desplegar las alas, subir el tren de aterrizaje y tomar altura. Volar. Volar tan alto como puedas, por si algún día le da a la máquina por fallar, caer desde tan alto que no sientas nada al estrellarte.
Pero eso es arena de otro costal. Ahora toca disfrutar de la sensación de vértigo. De la brisa en el rostro, y a veces hasta de vientos huracanados que te hagan sentir que los ojos se van a salir de sus órbitas. Ahora toca ver que estamos a muchos pies de altura, y que aterrizar no es una opción. Ahora toca volar, que ya negociaremos otro día el aterrizaje.

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